16 de abril de 2015

El gran Gatsby de Francis Scott Fitzgerald


“Jay Gatsby,
de West Egg, Long Island,
nació de su platónica concepción
de sí mismo”.

Esta moda infinita que inspira Gatsby es la mejor representación de su espíritu. El ansia de volver al pasado también es imposible para nosotros, por mucho champán y vestido con fleco que rescatemos. Por eso los años veinte, debajo de la fiesta, dejan un poso de melancolía.
“Las noches de los sábados las pasaba en Nueva York, porque tenía tan vivas en mi imaginación aquellas deslumbrantes fiestas de Gatsby que seguía oyendo la música y las risas, lejanas pero incesantes, que me llegaban desde su jardín”.

Gracias Fitzgerald por el GRAN personaje y perdona a los que lo han empequeñecido con etiquetas que se apropian de su universalidad.

Gracias por “aquel desastre de casa, tan grande y tan incoherente”. En realidad, por cada escenario, tan cinematográfico (antes de las películas). La Nueva York calurosa, los ojos del doctor Eckleburg, el Long Island vaporoso…

Gracias por esa gran metáfora que es la luz verde al final del malecón.
“pensé en el asombro de Gatsby cuando descubrió por vez primera la luz verde al final del embarcadero de Daisy. Había hecho un largo camino para llegar hasta aquel césped de color azul, y su sueño tuvo que parecerle tan cercano que difícilmente podía dejar de alcanzarlo”.

Ya dijimos en algún sitio que hablar de libros tan grandes casi da vergüenza. Fitzgerald ya lo dijo TODO.


Francis Scott Fitzgerald
El gran Gatsby
Madrid, Alfaguara, 2002

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